viernes, 7 de junio de 2013

EL OFICIO DEL EDITOR


En su ensayo Oficio editor, publicado por El Aleph, el reconocido editor español Mario Muchnik reclama parte del protagonismo de estos verdaderos artesanos de la lectura en el quehacer editorial.

El volumen es una suerte de alegato de defensa de una profesión tan antigua como el libro y tiene como objetivo defender "las atribuciones irreductibles e irrenunciables del oficio de editor: defender al autor de sus errores y defender al lector de los suyos".

En su texto, claramente autobiográfico y de una sinceridad ejemplar, Muchnik, repasa las singularidades técnicas del oficio que incolucran tanto al mundo de la creación literaria como al mercado al que se dirige un libro; a los detalles no menores de la elección del papel, la tipografía y la cubierta de un ejemplar; cuenta la historia de su propia editorial (Muchnick Editores, fundada por su padre en 1973), detalla las siempre extrañas relaciones con los agentes literarios, las "delirantes exigencias de la rentabilidad de los grandes grupos editoriales" y de las superlibrerías y reflexiona sobre la competencia entre el libro electrónico y el entrañable libro de papel.

Afirma que mientras los editores no sólo mejoran un texto, los escritores se empecinan en defender su manuscrito opíparo en errores de todo tipo. Para divertirse, les dedica una sección no por venenosa, menos auténtica: "Hay autores que dan paliza", quienes son merecedores de todo tipo de floridos improperios y candidatos al asesinato, al menos verbal, por parte del sufrido editor.

Ni una coma. Hay escritores que “no admiten que se les toque una coma de su texto”, pese a que si no corrige no se comprenderá el texto.

La tapa. El escritor quiere “imponer su propia idea de cubierta” del libro.

La traducción. El autor extranjero que se entromete en una traducción, “sin saber una palabra de español”.

Erratas. Algunos escritores entregan manuscritos sin corregir áspera tarea que recaerá en el editor. “Y luego rompen el pacto de fidelidad y se van con quienes les ofrecen condiciones mejores”, se queja.

Prolíficos. Hay autores que escriben dos o tres libros por año para que su editorial los publique “ya mismo”, ironiza Muchnik.

Dudas. El escritor entrega su manuscrito y "se olvida" para que sea el editor quien resuelva las posibles dudas que surjan en su lectura.

Obsesivos. “Los que llaman una o más veces por día para ver qué tal va la producción de su obra”. Insoportables.

Amiguismo. El amiguismo es una de las peores prácticas de los escritores que hacen sufrir al editor con propuestas de manuscritos de sus “amiguetes”, dice.

Última versión. El libro ya está listo casi en fase de impresión y el autor envía la "última versión" del manuscrito, varias veces. Es motivo de asesinato.

Editor leonino. El escritor cree que el editor es un maldito mercader. “Van por el mundo convencidos de que el editor se enriquece a costa de ellos”. Muchnik aclara que el escritor gana un 10% del precio del libro, en concepto de derechos de autor, en tanto que el editor sólo obtiene el 20% de la facturación, dinero con el que sostiene “los costes de impresión, gastos generales, impuestos y margen con el que poder vivir”, añade.
"Si el concepto de `industria cultural´ deviene oxímoron, ¿algo semejante es esperable del concepto `editor amigo´", reflexiona Mónica Rubalcaba en su ensayo sobre la relación entre Francisco Porrúa y Julio Cortázar.

Justamente, la silenciosa tarea del editor consiste en pulir el texto con pequeños detalles. O como diría Cortázar, uno de los grandes amigos de Muchnik, en mover una coma, "esa puerta giratoria del pensamiento”.

Patricia Rodón

http://www.mdzol.com/nota/449352/

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